domingo, 2 de noviembre de 2008

EN AIOI AQUELLA VEZ

YAKULITA
La japonesa con la que nunca supe si con ella tengo un hijo

No recuerdo el día que llegué a Japón. Ni el mes. ¿El año?... Creo que 1,980. Sí, sí. Fue ese el año. El barco Hawaiian Sun, de bandera liberiana, capital griego y tripulación de al menos ocho países distintos fondeó en el dique seco para reparación en el puerto de Aioi. Allí estaríamos tres meses.

Mi trabajo como asistente del administrador —Theodoro en la mañana y Charly por la noche— consistía en bajar hasta el almacén de provisiones y al frigorífico y, lista en mano, seleccionar cuanto necesitaba el cocinero el día siguiente para preparar tres comidas a 40 trabajadores de máquinas y cubiertas; el capitán Iannis, su esposa, el primer ingeniero y el jefe de cubierta. Theodoro se preparaba su propia comida, para no subir de peso y tener buenas relaciones con el sanitario.

Fondeados en puerto el trabajo era menos intenso que durante los veinte o más días de viaje —de ida o regreso desde Honolulu al fondeadero frente a las costas de Indonesia o Malasia, donde regularmente los buques de esta empresa llenan su panza kilométrica con el crudo de tan pobres países—, porque el personal trabajaba poco y estaba casi siempre afuera, algunos hasta aventuraban el viaje a Tokio, de compras o a divertirse en los bares llenos de mujeres latinas y de otros países asiáticos. Abundaban las colombianas, costarricenses, dominicanas, filipinas y tailandesas. Sólo fui dos veces a Yokohama y cinco a Kobe. Nunca a Tokio. Sobre todo desde que conocí a Yakulita en un bar de Aioi.

Yakulita residía en Himeji, una ciudad cerca a Aioi a 10 minutos de distancia en el Tren Bala. Al bar lo llamábamos “La Pulga Erótica”. Así lo bautizó Pindanga, uno de los tripulantes colombianos. Eramos nueve, incluyendo a mi hermano Eduardo. Un Harold de Medellín; otro de Cali. El calvo Carlos. El gordo Ricardo. El bogotano Raúl, a quien muchos años después lo encontraría frente a un vaso de aguardiente en un bar versión latina de “La Pulga Erótica” en Northern Boulevard (condado de Queens, New York). Había otros dos colombianos cuyos nombres no recuerdo. Uno de Medellín y otro de Cali. Ambos con muchos años en el mar, el el oceaano Pacífico, para ser más exacto, en diferentes barcos de la misma compañía. Pindanga es (si no se ha muerto, porque era enclenque y enfermizo) de Magangué, una ciudad con puerto fluvial en la Costa Caribe Colombiana.

La tarde que Yakulita y yo nos conocimos ella charlaba con el capitán Iannis, sentado a su derecha, al otro lado estaba Charly hablando con el chico marroquí asistente de Lola, la bartender de Okinawa.

Cuando entré todos me miraron. Me había vestido con un atuendo tipo Wyatt Earp el legendario sheriff de Tombstone. Ni Iannis ni Charly me reconocieron, y como los demás clientes del bar, se incomodaron un poco; algunos japoneses se rieron divertidos: yo llevaba una pajilla en los labios que movía a uno y otro lado, los miré a todos de manera siniestra, desenfundé el revólver de juguete disparé dos veces al aire, las tiritos de salva, soplé el cañón de mi Colt 45, me quité el sombrero, me senté en una silla junto a la barra, pedí un whisky, me lo tomé de un tirón. Pedí otro. Pagué, y me relajé. O sea, puse la cara cotidiana, la de mis momentos de relajo con mis paisanos — desocupados todos del trabajo diario— y “mamando gallo” en la cabina de Harold el caleño.

Yakulita vino a sentarse junto a mí y me dijo:

“Hi, sheriff. You look so nice and so sexy. I love it!
“Domo Arigató”, le contesté.

Se carcajeó. Me miró los ojos con intensidad, los suyos le brillaron, entreabrió los labios, chasqueó los dedos, la bartander dijo “Yes?”. Yakulita pidió una gin-and-tonic. Cuando se la sirvieron pagó, sorbió el trago lo retuvo en la boca, me agarró por los cachetes, me atrajo hacia ella, pegó sus labios a los míos, pasó el licor a mi boca, me hizo tragar, intensificó el beso y…

“¡Plinio: regresa ya mismo al barco!”, me ordenó Iannis. Lo gritó a todo pulmón.

Me desprendí de Yakulita, miré al capitán Iannis, quien lucía colérico. Charly, por el contrario me miraba divertido. Me puse el sombrero, miré a Yakulita en señal de despedida, quien con su mano derecha de 28 años acarició mi cachete izquierdo de 27; antes de salir observé de reojo a Iannis, temeroso de sus represalias y por último a Yakulita, con la con la certeza de que casi casi, ya tenía una novia japonesa en el Puerto de Aioi y en el bar “La Pulga Erótica.

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Próxima: De Barranquilla a Honolulu, huyendo de una flaca del Valle de Upar

PAJAROS

Vuelos II

Pájaro en devenir de nidos
Zigzaguea espejeando la pleamar
El viento y las nubes
Bosque perfecto
Oquedades granate me esconden
Río a carcajadas ante la necedad humana
La que imitara aquella pájara
Aturdida de saudades
Buscando el plan maestro
Para explicarse la vida
Plumas mustias en alas mal tratadas
Señalan que los años pasan

Quintaesencia de mi canto es mi silencio
La cúpula me regala el avistamiento del mundo
Pequeño es el norte y diminuto el sur
Las cuatro estaciones lustran mis plumas
Hoy emprendo vuelo vestido de cardenal
En mi maleta va también mi ajuar de zenzontle
Una boda me espera
En el bosque tupido en un recodo del sur
El sol alborota pájaras
Las hay de bajo pedigree y mucho realengo
Metro humano para medir sus artificios
También llevo mi atuendo de mirlo
Mirlas abundan en las copas de los cedros
En ese bosque adyacente al guitarrero llano

“Soy pájaro que piensa
Para pensar en ti”, dije aquella vez a aquella pájara
La pájara se divertía en un “party” con gorriones,
Colibríes, turpiales, cucaracheros, canarios, aguilichos,
Gavilanes, palomos, tucanes y pájaros carpinteros.
Ella era la única pájara.

Fue que hubo un sueño. Sueño de pájaros.
De pájaro y pájara para ser más exactos.
Un afán para ver accionar al viento
Redujo aquel ingenuo anhelo a su mínima posibilidad
Finalmente lo difuminó
El pájaro cambió de ojos
La pájara unicamente algunas plumas
La ansiedad agazapada tras su sonrisa
Sigue siendo la misma