martes, 8 de enero de 2013

La cerveza Heineken me hace daño

Un martes de diciembre en 1998, el sol asomó timidamente su nariz anaranjada sobre el techo de un viejo edificio en el barrio de Long Island City. Yo estaba semi-borracho. Eran las diez de la mañana y me despachaba una cerveza bien fría que descubrí detrás de unos tamales arrumados y tiesos en el congelador del refrigerador. La cerveza despertó mi sed de cervezas, que era continua y bajé al store del mexicano ¨Orejas de Gato¨ a comprarme dos six-pack de Heineken. Me gusta su amargo tenue. Vivía en el quinto piso del chato edificio en el la 34 St. con 34 Avenue. Frente al apartamento que ocupaba vivía, acaso continúe allí, Dickesa, una mujer de Bangladesh, pequeñita, de rostro fino y mirada de hembra poco satisfecha con lo que ocurría en su vida.

Me gustaban fundamentalmente sus ojos, y a veces le decía que quería que hicieramos el sexo. Ella me decía que su religión no se lo permitía; era casada; su esposo era hiper celoso, y yo metía muchas mujeres en el apartamento y podía contagiarla con el sida. La curiosidad sin embargo la cicateaba y me pedía sal, azúcar o huevos, cebollas, eran excusas para entrar a mi apartamento, iba hasta el cuarto y se reía de mi cama, dos colchones, uno sobre otro en el piso, con un edredón beige de anchas rayas verticales, zanahoria y negro. Mi cama estaba rodeada de pilas de libros, revistas, periódicos, botellas de vino, whisky y brandy a medio beber, cajas de condones, alguna ropa limpia dispuesta en montoncitos, el saco de la ropa sucia, zapatos, chanclas, tres bonsais hermosos y una enorme muñeca de plástico Made in Japan. En las paredes había cuadros de Modigliani, Guayasamin, Matta... Obviamente era copias, buenas copias, eso sí. Un enorme retrato de mi ex-papá literario, Charles Bukowski, en blanco y negro y un espejo en el que me podía mirar de pies a cabeza.

Al salir, Dickesa estaba en la puerta. Su esposo, chofer de un taxi amarillo estaba trabajando, sus 2 hijas en la escuelas y su hijo durmiendo, había llegado a las 6 de la mañana: me lo dijo cuando le pregunté si estaba sola. Al verme me reparó de arriba abajo, se dio cuenta que yo cargaba una erección bastante contundente y se echó a reir. Me di cuenta del motivo de su risa, saqué mi pinga y se la mostré y cambió a una sonrisa nerviosa,... No sabía si entrar o salir totalmente de su apartamento. La agarré por un brazo, la jalé a mi apartamento, ella opuso una débil resitencia, pero entró a voluntad. La senté en el sofá, salí y cerré la puerta de su apartamento. Entré al mío y cuando llegué a su lado ya se habia quitado la blusa y las sandalias.

Le quité los sostenes, sus teticas no estaban del todo flácidas, empecé a chuparselas, empezó a gemir, le quité su falda larga, tenía un panty azul, antiguito, se lo quité, me emocionó su vello púbico, negrísimo y abundante, como un nidito de yolofó (pajarito de los Montes de María, en Colombia) contrastaba con su pelvis apenas morenita y sus piernas delgadas pero bellas. Nos fuimos a la cama. Ella se dejó caer ya con las piernas abiertas. La penetré, suspiró y dijo ¨please do it fast¨, me abrazó fuerte el cuello y empezó a resoplar. Le di velocidad a la cosa, y llegamos a un buen nivel de apareamiento. Empezó a sudar y a gemir, yo estaba encendido... incendiado! Nos amacizamos fuerte mediante un abrazo, ella se movía suavemente.... pero iba subiendo. Lo que sentí delicioso. Poco a poco subimos la velocidad y fuimos realmente uno... viajando como si le diéramos la vuelta al mundo, varias veces, hasta que tuvimos el orgasmo casi simultáneo, ella uno o dos minutos antes.

Me quedé sobre ella, besándola: Ella mantenía sus ojos cerrados y el rostro echado a la derecha y el cabello negrisimo dibujando una laguna de sombras. De pronto empezaron a tocar mi puerta con furia y se escuchó el grito DICKESA!!! Era el esposo, creía que su esposa estaba en mi apartamento y obviamente así era...

New York,. enero 8 2013