domingo, 20 de abril de 2014


El sembrador de sombras

Plinio Garrido

Poema parte del libro Flaca - Poemas de la vida vivida

(Copyright © Plinio Garrido 2014)

Tu madre no abandona el empeño de volver a mirar lejos.
Pese a la mutilación casi a ras de piso que El sembrador de sombras impuso al horizonte.
Horizonte que además no ha cesado de encogerse.
Pero tu madre tiene acceso a cierto celaje que sólo conoce el Universo.
Quizás por eso no puedo decirte con cuántas mujeres en el mundo
ella disputa el comando absoluto de la paciencia.
Mientras, canta en sol mayor el sabor de la jalea de pitahayas,
con flores de la planta de la ahuyama
y el vivificante ácido del corozo.
Lo más digerible entre los desguañingados matorrales del entorno,
y al alcance de su capacidad de búsqueda y de la mano que pudo salvar del holocausto.

Tu madre no ama pero sabe cuidar pelirrojos
y tuvo petirrojos domesticados en la cocina.
Ella les ha otorgaba confianza y ellos volaban corto y dando saltitos,
entre sus hombros y los ladrillos orilleros de la hornilla.
Comedidos, regresaban a las jaulas de palitroques y bejucos que yo les construí. 
Cuando vi a tu madre besar a los muchachos, hubo que llorar.
Nadie ignoraba que podrían ser besos para decir adiós.
Ellos los recibieron con el rigor del acaso, tan cotidiano en nuestras vidas.
Siempre retrotraíamos en el instante de los besos, el total de nuestras vidas.
Esa vez sí fueron proverbiales actos premonitorios…
No llevaban mi sangre pero todos nos amábamos por igual.
Tu madre era el epicentro de todo amor dable en el lugar.
Y la manera no describible de su entrega era su sello.

Los metrallazos sonaron justo en el recodo del bajío a cincuenta pasos de la cobacha.
Distancia ya medida en distintos menesteres.
No nos miramos.
Salimos a buscarlos; y luego de llorarlos, los sepultamos.
El sembrador de sombras había decretado que la utilización de la cruz cristiana
sería sólo para los que él decidía que se les había acabado el derecho de vivir;
y para los que inopinado, caían bajo la contundencia de su cuchillo
o el golpe de su hacha.

En piedras grises sobre túmulos dibujamos las iniciales de nuestros muertos.
El ulular de la ventisca en la curva triunfante del crespusculo nos azotó el alma.
Bebíamos la infusión de pétalos de la caracucha cuando la exuberancia del presagio
casi nos lleva a desquiciarnos.
“Lo peor es siempre posible”, me dije.
El sorbo, otrora dulzón, resbaló su amargor por nuestros galillos.
Esta vez odiamos a El sembrador de sombras sin posibilidad de perdón. Pero impotentes.

Lo imaginé en su didáctica habitual de los jueves:
De pie ante la rústica mesa de tablones.
Tres cuchillos a lado y lado.Pulcramente peinado,
con sus ya universales lentes de aros delgados.
Las mangas de la camisa recogidas casi hasta los codos.
Un amanuense llega con los niños.
Invariablemente tres y apenas a un año del nacimiento.
Un lampazo negro de cinta adhesiva sella sus labios.
Sesenta o más ojos miran sin mover un músculo del rostro.
Son facciones de todas las índoles. Matices del rictus resultan de carencias asimiladas.
La esperanza no pasa de dormir la noche de ese día
y confirmar la vida en la nueva madrugada. 
Son blancos, negros, indigenas, mestizos, zambos. Hombre y mujeres.
Nadie llega a los primeros veinte años de existencia.

El sembrador de sombras magnifica el filo de los cuchillos limándolos unos con otros.
Quien lo cuenta ha observado el brillo en sus ojos y alude a “refocilamiento”.
Yo lo declaro goce publicitado.
Busco relación causal con los encargados de las crucifixiones en Gólgota…
Hay algunas. También hay lagunas.
Aventuro similitudes específicas, pero El sembrador de sombras es eximio en eso
de las emulaciones.
Luce incomparable ante “Vlad III de Transilvania, el empalador.
Hijo de Vlad ‘El Diablo’, que era espadachín de la orden del dragón, de afamada crueldad y sanguinario sin par.
Encuentro un rey lascivo polivalente.
Encuentro los casos y las cosas del Marqués de Sade.
Paso de largo ante la milenaria y refinada tortura de China vs chinos.
Paso de largo frente a quien manipula una cámara de gas.
Paso de largo frente al guillotinador de más oficio.
Paso de largo frente a todo sicario notorio y típico.
Y paso de largo…

Encuentro ficheros de engramas, sumas de Dianética.
Encuentro el cuchillo-pene vengador por trastoque en anhelo/espejo de la otredad.
El sembrador de sombras coloca un niño donde sea fácil su manejo.
Otea que todos lo miran. Observa cada rictus... ese tremor.
A otros nada perceptible. Y poco o nada intuíble.
El, siempre está a buen recaudo: 12 anillos humanos de mil mil soldados.
Son soldados de corazón grande y mano indeclinable.
Para disparar la ráfaga.
Para clavar el cuchillo: su personalísimo regalo de graduación.
Son soldados de la Patria grande.
A varios metros de su espalda, el cocinero atiza el fuego del fogón de piedras.
Sobre éstas, un caldero inmenso. Vapores de agua preludian la gran ebullición.
Su ayudante lo mira con aprenhensión.
Quien refiere este momento maldito para la condición humana,
infiere en la ansiedad del ordinario ante el estilo que El Sembrador de Sombras vaya
a usar para tasajear el cuerpo previo ya al rictus mortis, y entonces en sus manos.

El sembrador de sombras ha mostrado una gran diversidad de estilos
para llevar a cabo cada acto de cuanto hace.
Vox populi ya devela (a sotto voce) que a su padre lo degolló casi con fruición.
La razón: ofuscadísima discusión durante el reparto de potrillos lipizzanos provenientes de la Escuela Española de Equitación de Viena.
Las grandes empresas de difusión de la noticia, fieles a la tradición,
endilgaron el acuchillamiento a los proverbiales enemigos de la patria.  
El cocinero deposita en el caldero las vituallas y hortalizas dables en los entornos.
El sembrador de sombras hinca el cuchillo en la garganta del niño.
El murmullo gutural colectivo quiebra el silencio.
Un amanuense aparece por la derecha y rompe el rito lúcido de El sembrador de sombras y la plena prueba que dirimirá cuántos mozalbetes resisten, y cuántos sucumben y serán carne de cuchillo, o de navaja o de escalpelo, u otra forma forma de expiar la incompetencia en distintos escenarios. 
El amanuense presenta a Rittus, Obdul y Pachuss, los mastines de El Sembrador de Sombras.
El sembrador de sombras saca el cuchillo de la garganta del niño, que en ese instante se abandona a los estertores de la muerte.
Rittus mueve el rabo.
Obdul mueve el rabo.
Pachuss mueve el rabo.
El sembrador de sombras saca un ojo al niño, ya exánime, y lo tira al aire sobre los mastines.
Pachuss lo apaña, medio lo masca y deglute.
Rittus gruñe y se relame atento a El sembrador de sombras.
Obdul gruñe y se relame atento a El sembrador de sombras.
El sembrador de sombras denota devoción por sus mastines.
El otro ojo va directamente a Rittus.
Obdul es premiado con la lengua del bebecillo.
El sembrador de sombras corta el pene del cadáver, lo abre en dos bandas, pide limón, picante y sal al cocinero, y tras untuoso sazonamiento lo muestra al respetable, se lo lleva a la boca, empieza a masticarlo y se ocupa en descuartizar el primero de los tres niños que serán la carne de ese sancocho del bautismo a los buenos testículos y los buenos ovarios. 

Para entonces ya era yo este escucha captador del ruido depurado/ del sonido sutil
Pues desde entonces poco o nada puedo ya hacer, descontando también este hablar quedo, este susurro… y mi más hermoso esfuerzo.
No es fácil ser cuadrapléjico.
Encarno la falla de un castigo.
Que no es el talón de Aquiles de El sembrador de sombras.
Pero sí que no todo lo suyo es perfección.
Ningún bípedo pensante está exento de la grieta.
Por ella resopla el viento frío que lleva gelidez a su alma.
 
Eran los días de las grandes didácticas de El sembrador de sombras.
Yo vivía en la comba ahuecada de una ceiba.
Pájaros cagaban mi testa.
No era calvo yo entonces.
Mi fronda pelirroja lucía como síntesis solar aquí en la tierra.
Los años pasaban lentos.
A contravía de cada tajo en cada pescuezo.
Lo que me vincula a la necesidad de odiar.
Y aunque la gente moría desmembrada,
también moría ahorcada.
A cuchillo.
Cosida a balazos.
Ahogada en masas de excremento humano.
O deshuesada.
Molida. Literalmente.
O ardía viva en una hoguera de gruesos leños.
Biblia en mano, los gringos del Intituto Linguístico de Verano, aludían a castigos provenientes de la oquedad postrera del Universo.

(Wikipedia: “en América Latina se ha acusado a SIL, Summer Institute of Linguistics, de ser cómplice de las compañías petroleras, al ayudar a éstas a que los indígenas abandonaran sus tierras y que estos se las entregaran a las citadas compañías, usando además métodos turbios. Se dice que sirve como avanzadilla de las nuevas explotaciones de petróleo. Para reforzar este hecho se afirma que las organizaciones humanitarias de la familia Rockefeller —dedicada al petróleo— financian a SIL. Por estas razones fueron expulsados de Ecuador en 1980. También en los años 80’s fueron expulsados de Brasil, México y Panamá, y su presencia fue restringida en Colombia y Perú”).

Los mandé a la mierda.

Además de la Biblia, nos enrostraban una formación atlética jamás vista en los contornos, eran casi como Hulk, el monstruo verde de los comics, y las películas de Hollywood. Pensé que era realidad cuanto, refocilándose entre ellos, decían en ingles, seguros de que nadie allí los
entendia, que también eran miembros de Blackwater, el ejército mercenario más grande del mundo

(Según distintas fuentes: Blackwater Worldwide es una empresa militar privada estadounidense que ofrece servicios de seguridad. La sede principal está situada en Carolina del Norte, donde poseen un complejo de entrenamiento táctico especializado. La empresa entrena a más de 40.000 personas al año procedentes de distintas ramas de fuerzas militares del orbe, así como otras agencias de seguridad de varios países).

—Estás tostao, dijo Karl.
—Juan 6:47 es el versículo apropiado en tu caso, dijo Kris.
—El todopoderoso te acoja, dijo King falsamernte ceremonioso.

 Otra vez los mandé a la mierda.

Un sergeant instructor del batallón Guardia Presidencial fue enviado a partirme el culo.
Y todo porque los 15 versos de 15 letras c/u que escribí y publiqué en un semanario cuasi
clandestino de Envigado City, aluden:
A esos seres agobiados por la soledad interior que no pueden explicarse.
A la sin razón de sus vidas, más la certeza de que toda lucha es inútil.
Al desconcierto de no encontrar culpables.
Al anhelo recóndito de acabar el mundo de un sólo puñetazo.
Al acoso de un deseo que no genera su propia explicación.
Al ímpetu gestual que desdibuja lo ecuánime mínimo en el bípedo pensante.
A repentinamente sentirse en una jaula.
A repentinamente creer que su hábitat es un closet de cristal.
A la falta de coraje para declararse vencido.
A la falta de testículos/ovarios para matar a quien le mata.

El sergeant trajo consigo una maquinita inventada, según el, en University of Haifa.
No le creí, pues todos los gringos que prestan servicio fuera de su país son mentirosos.
Y porque University of Haifa no puede desprestigiarse de manera tan flagrante.
La maquina resultó eficaz apenas un 50 por ciento. Pues si bien me ocasionó dolor físico equivalente al combinado de 7 mujeres pariendo de manera natural, no pudo quitarme la vida, pese a ser utilizados sus 12 distintos mecanismos de tortura.
El sergeant se aburrió y me dejó vivo, acaso confiado en que las moleduras de mis músculos y articulaciones bastaban para culminar un insoportable y lento dejamiento de la existencia.

Más que en estado vegetativo, quedé en condición gelatinosa y cuasi nulo para casi todo.
Tu madre decidió, di tú… ¡re-criarme!
Y no puedo decirte que el calvario a dúo sea más soportable.
El mismísimo sol se burlaba de mí.
Pase a ser como una serpiente albina que cada dia cambia de pellejo.
Fue que algo en el sistema inmune se me dislocó y de lo que ya estoy recuperado
Pese a todo, yo solía cantar.
Eran versos de Miguel Hernández
Poesía sufí tocante al amor.
Y salmos que averguenzan a la condición humana.
Estos últimos, sólo cuando tenía la autoestima por el suelo.

No bien el sergeant dejó el entorno, mataron a mi padre.
Debo decirte que él era un fugitivo.
Tenía sentencia de muerte por robar lo que hallara para llenar la tripa.
Pero no quedaba nada más por hacer.
A quién pedir. Y cada vez había menos lugares donde robar.
Con sus hallazgos, mi padre preparaba caldo de mixturas en un refugio para ciegos.
Un buldozer pasó 300 veces sobre su cuerpo.
Los ciegos también murieron: la hambruna, hermana morocha de El Sembrador de Sombras, no perdona.

¡Ah tiempos esos! los de El sembrador de sombras: tan ocupado en llevar a cabo cuanto no
alcanzaron hacer los hórridos leviatanes de América Baja.
Las hizo como aspid disimulada en una piel de oveja
Y lo escuchamos Augusto Pinochet
Lo aplaudieron Juan María Bordaberry
Lo temimos Gustavo Díaz Ordaz
Lo miramos Jorge Rafael Videla
Lo odiamos Anastasio Somoza Debayle
Lo agasajaron Hugo Banzer Suárez
Lo repudiamos Francois Duvalier
Lo impugnamos Juan Vicente Gómez
Lo maldecimos Efrain Rios Montt
Lo adoraron Rafael Leonidas Trujillo
Lo soportaron Alfredo Stroessner
Lo ensalzaron Humberto Castelo Branco
Lo confundieron Alberto Fujimori
Lo obedecieron Roberto d'Aubuisson

Sus hechuras fueron maná democratico para vastos segmentos del mundo.
Misión de la mass media besaculo a quien manipula y acumula poder.

No es oficial que los dos metros cuadrados, sobre los que El sembrador de sombras llegó al mundo vayan a ser exorcizados, entretanto, precluye el tiempo para ser bendecido.

Tu madre era bella.
Rubia platinada.
A veces, alegre como fandango en vereda tropical.
Brava y circunspecta.
Dada a la diatriba en jerigonza.
Brava porque robaba el azúcar a las postas de soldados
y preparaba caramelitos de herbajos agridulces.
Endulzaba infusiones que me daba a sorber en cucharadas.

Tu madre era en parte como La Cándida Eréndira.
Eso sí, emancipada. Dueña de las hilachas de su albedrío.
Su praxis se daba en un pueblo de tres calles.
Una principal, con dos bares de mala muerte.
Alli vendía su carne a camioneros de ir y venir.
Regresaba con cazabe y almojábanas. Café y panela.
El despojo completo de un puerquito, bananas, queso de cabra.
Angosturas del vivir y del quehacer
que El sembrador de sombras fue dejando en nuestras vidas.
Tú naciste en el fragor de todo aquello.
Y porque un día tu madre me advirtió pleno de vivacidad.
En horcajadas sobre mi cuerpo acudió al movimiento dable en ella.
No puedo escribir más de esta historia.

Eso es todo.

New York mayo 2013