martes, 25 de noviembre de 2008

NOCTURNO II

Canción de la vida profunda II

Hace menos de un minuto leía el blog de una amiga muy querida, repasé algunas de sus entradas más recientes; en una de ellas hablaba de John, un amigo suyo cuya esposa se halla refundida en una depresión apabullante. Me pregunté si también estoy deprimido, y tengo que confesar afirmativamente, aunque no de la manera del personaje aludido. Digamos que estoy triste, confundido, huraño, ando como sin esperanzas ni sueños; los planes los tengo atascados, no estoy haciendo lo que debo, tengo dos libros casi listos, pero me da flojera tocarlos, no lloro... O no lo hago mucho, a veces, mayormente es la tristeza que me azota, creo que son pérdidas que no logro asumir; pero son pérdidas absolutamente necesarias, lo sé, y sin duda, yo mismo me las propiné y fue lo mejor que hice: un sabio y soberbio ejercicio de mi voluntad inconsciente, créanme, ese tipo de voluntad existe y opera. Es además muy efectiva. Pero esta pérdida de ahora no la asimilo. Creo que son varias las pérdidas; quizá sea por eso, porque son varias, entre ellas haya quizás una que no merecía encajar, que no la necesitaba, que debía esperar un poco más para ocurrir. Y se dio. Eso puede ser. Quizás. Hay muchos quizás en mi vida. Soy un coleccionista del quizás. Lo que perdí no lo perdí, nunca lo tuve. Era un fantasma hablanchín. Una musa de papel. Un holograma monologofílico. Su ausencia, provocada por mí, se ha dado en el momento en que más bien me hace perderla. Y sé que es lo mejor que me ha podido ocurrir y debía estar alegre, pero ando triste. Sonrío sí, y río a veces. Pero de inmediato aparece algo que me recuerda que no debo reír, que tengo un motivo para no hacerlo; aunque en verdad es lo que más tendría que hacer, pues motivos sí que tengo!; porque he ganado la más hermosa forma de la libertad. Pero es que a veces la libertad me da fastidio. Eso sí: sé que voy a reir a carcajada limpia, y eso será muy pronto, tal vez desde mañana o no bien termine la noche. Obvio, también voy a reirme de mí mismo, de mi estado actual y de estas cosas que tecleo aquí tal y como van apareciendo en mi mente. No son cosas del amor. Hace años no amo. No amo a nadie. A una mujer, quiero decir. La mujer que amaría yo es imposible, si le hago caso a mis transgresiones de la coherencia mínima. A ver... Sería como una colcha de retazos o algo similar, un Frankestein bello —¡una frankesteína!— de piel como cuarzo jaspeado o pared policromada, como un tejido de mil hojas de árboles distintos caídas en otoño; no describo la más mínima aproximación a su constitución, porque ni siquiera merecería la calificación de loco o tarado, no! O sea, sería, eso sí lo admito, un poquito de todas las mujeres que he amado o que he creído amar, y usted no puede empalmar un pedacito de japonesa a otro de india motilona, aunque viéndolo bien, puede que sí, si creemos que son de la misma contingencia genealógica, su raíz primigenia ine toidio dirían los griegos modernos, o sea, sería la misma. En fin. Busco el sueño. A veces quisiera dormir mil doscientos años seguidos; otras veces quiero viajar en un tren nocturno, que el viaje jamás concluya ni la noche tampoco. Sería bueno dormir desde la media noche y despertarme con la aurora, pero que no haya día, no quiero ningún día, ni su luz. Que se vayan por donde llegaron. Quiero, en ese viaje, apenas el haz áureo de la aurora, y enseguida la penumbra del ocaso, pegadita, la noche total, bien sea para mirar las copas de los árboles que pasan frente a mí; la luna y las estrellas o la hondura negra y densa de la bóveda celestial. Quiero que el tren viaje sin ruidos; no quiero que nadie me ofrezca bocadillos ni nada de tomar, ojalá y sea un tren fantasmal, o como aquel, expresso de la media noche, en alguna película o libro ya olvidados. Y nunca llegar; quiero en ese tren bostezar y pensar y dormir y soñar. Soñar con mi madre y con mi padre, quiero. Y con aquel sendero sembrado de guarumos, cerezos y ceibas, por donde solía caminar, de niño, en aquel pueblo. Ahora voy a dormir. Estoy cansado, ayer sentí que los años pesan... a veces, tanto pensamiento, los efectos directos y colaterales de la inmovilidad, el descreer, tan pertinaz y perverso, pero es que poca poesía encuentro de la que más me gusta; en consecuencia no hay de donde asirse... si de pronto aparece el vacío y uno se despabila, observa que está solo, que nada tiene para hablar con nadie, la gente sólo habla de dinero, de poseer, de acumular, de poder, de ser, que le vean los demás, tan impúdico todo o al menos la mitad; hubiera querido ser un pez ciego en la mayor profundidad del océano ¡!con cerebro de oca, eso sí!— en ese lugar donde la luz solar nunca llegará; he podido soñar a veces que soy ermitaño y pezco truchas en la orilla de un río cuyo lecho es de sólo piedras blancas, como los huevos prehistóricos de esos pájaros horribles de Jurassic Park, o tener mi propio planeta, y sembrar habichuelas en el descampado de una loma. Habichuelas de esas larguísimas, tan ricas con arroz blanco y salsa tártara sobre lomito de venado, mi abuela era experta allí, con esa fórmula se ganó y mantuvo a buen recaudo a mi abuelo, que no era pendejo, vean!, y era grande y silencioso como un buey salvaje, así me imagino yo un buey salvaje, qué bueno que ya casi no tengo recuerdos, y no es alzhaimer, no; puedo recordar cuando quiera, y a veces recuerdo a Andrés Caicedo, Yukio Mishima, Silvia Plath, Catherine Van Go Der Gode, Jorge Cuesta, Hemingway, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, José Asunción Silva, ellos... Tan alegres, que cada noche tienen una fiesta distinta en la casa de todos y me invitan, y siempre quiero ir pero no lo hago, lo dejo para despúes, "mañana" me digo; en estos días podría ir, pero pienso en cosas, como mi planeta soñado, todo verde y solitario, sin serpientes ni alacranes, y una sola mujer, que tenga cuatro frentes, o sea cuatro lados y cuatro rostros y lo correspondiente de todo lo demás, y sueño que mi tren también tiene viajes interplanetarios; son locuras lo sé, pero sé también que en algún lugar del cosmos existe esa mujer con su propio planeta, y quiero ir por ella, estarme allá otro medio siglo; y sé que existe sí, así como existe todo lo que yo imagine, pues si lo he pensado ya es dable, ha brotado de la superficie y se ha perfeccionado con el discurrir de los dias y las noches y el agua, y la fiebre y el sexo, descubriendo estrellas y caracolas o poner el huevo de oro o qué sé yo, y los gritos desesperados a pájaros que se burlan del sol por razones que aún no imagino, eso sí: puedo soñarlas esta noche. Pero ¡ey!, esta noche, más que nada quiero viajar en mi tren, para huir con mi mente, de rostros y voces que a veces abomino, y no es que sean malos no,son calcos de la rutina, sólo eso, que ya es mucho pa mí!, y quiero huir sobre todo de los ruidos mecánicos que el bípedo pensante genera, acumula o colecciona. Lo demás no me estorba. Son presencias similares a mi penamiento, se concatenan.

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