martes, 11 de junio de 2013

Lo Andino-Newyorkino y los logos dominantes

Lo andino es una concepción o una visión de identidad. Y acaso la búsqueda —casi siempre dolorosa— de una integración, más que todo quimérica. Es en todo caso, un proceso cultural con una dinámica asimismo accidentada.
 
Lo andino es un cosmos que se asoma y se expresa en cada mujer y cada hombre raizales de la Cordillera de los Andes y sus estribaciones; de los valles, las montañas, los cerros, el campo abierto y las costas en ambos océanos. Lo que conlleva pensamiento y sentimiento, alma y nervio que integran realidad y devenir en ciudades y pueblos de Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Pero más específicamente Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú.
 
En New York City, lo andino es ya una presencia definida, aunque dispersa en los múltiples barrios donde se asienta el éxodo o migración (económica) de América Baja (América del Sur) a esta altura continental donde, en los últimos tiempos el famoso sueño deviene pesadilla a toda piel.
 
No tan sólo vemos lo andino en las celebraciones que llevan a cabo las comunidades de, mayormente, los cuatro países andinos arriba señalados. Lo andino está en el rostro del hombre y la mujer que van y vienen por calles, plazas, y parques, que se definen y se distinguen por el trasunto étnico, el que, además del rostro, lo integran el atuendo, el ademán, ese bisbiseo atragantado del marchante y la marchanta explicándose la vida, y la mejor versión de la  sencillez humana a la par de cierta altivez que resulta del orgullo de ser heredero del ancestro glorioso, al que en forma irresponsable propios —incluso—, y extraños,  le atribuyen o le cosen las distintas porquerías de cuanto se califica como  “magia”. Pero que es algo tan superior y resultado de la experiencia o realidad: el herencial de sabiduría y conocimientos recibidos de sus mayores y manejado mediante la memoria selectiva, a través de un proceso ordenado por la inteligencia emocional.
 
Algunos días atrás tuve la oportunidad de escuchar a Manuel Quispe, un indígena peruano que anda por el mundo —y estuvo en la ONU— hablándole a gobiernos, políticos, científicos, y en general a los poderosos del mundo sobre el peligro que representa para nuestro planeta y consiguientemente para la supervivencia humana, la indiferencia, las mentiras y el autoengaño de unos y otros, ante el daño que la actividad industrial, y comercial, extremas, ocasionan al medio ambiente. Exponía don Manuel su apreciación sobre el fenómeno con gran rigor científico, pero al mismo tiempo con palabras sencillas, poéticas a veces, y con ese dejo de humildad y ternura que regocija el espíritu.
 
Pero ese espíritu de don Manuel Quispe, que expresa el cosmos andino, apegado a la tierra, dependiente de ella, por ende, cuidándola y respetándola siempre, tiene poco o ningún espacio en lo que ha resultado de la transculturización del emigrante proveniente de los Andes, ya aclimatado al proceso productivo en Estados Unidos, y sea cual sea el país o región (andinos) de procedencia.
 
La simbiosis cultural que ocupa mente,  pensamiento, actitud, intención y acción  del inmigrante andino, si bien expande su perspectiva de la realidad y sus horizontes, resquebraja sus valores ancestrales. Y con la nueva tabla de valores llega el individualismo a ultranza a la vez que desaloja la costumbre ancestral del colectivismo.
 
De ese despojo no hay forma de recuperarse, por ser una constante que se activa a cada momento, con cada acción que emprende el individuo en procura de su supervivencia Porque es un hecho que el american way y la globalización nos obligan a dar un viraje diferente, respecto de lo que hemos sido, y a entender que nuestros símbolos ya no nos pertenecen, aunque quienes nos los quitan, los sigan señalando como nuestros.
 
Ante esa realidad tan feroz y vertical, la originalidad y la autenticidad se diluyen, y son inevitablemente absorbidas por el brillo que emana de toda mercancía antes de ser utilizada.
 
Surge entonces la  pregunta de si el universo andino es ya un logo en la Capital del  Mundo; pues al exponerse en fiestas, desfiles, galas y otros convivios, resulta imperativo el apadrinamiento del sponsor, que planta su logo comercial-universal junto al culito adornado de la bailarina, o en las babas serviles del que agradece el patrocinio de…
 
Hace poco cocacola compró a Inkacola. Inkacola es un refresco, una soda, cuyo nombre lo conecta con Perú. Inka es aquí Inca. Inca es el alma peruana. Y uno se  pregunta si otras almas se seguirán vendiendo. Total, en América Alta Business is Business. Todo se compra; todo se vende. Y cualquier oferta pagable con el cheque corporativo resulta apetecible y es irrechazable… Obviamente lo que se compra y lo que se vende adquiere valor de uso. Y también de desechabilidad. Y el símbolo andino no está exento de esta compra y de esta venta.
 
Queda entonces buscar la respuesta de, si las esencias, tradiciones y costumbres; los folclores de lo andino en New York tienen ya un precio o pueden ser evaluados según lo cuantitativo presencial en el desfile o la gala. Y si hay más, o menos, fondos federales y locales para lo andino según la cantidad de personas que puedan ver lo anunciado, que serían las mismas que, de forma directa o subliminal, asimilen la presencia de la marca o el logo de la corporación que “dio” el grant.