Lo
andino es una concepción o una visión de identidad. Y acaso la búsqueda —casi
siempre dolorosa— de una integración, más que todo quimérica. Es en todo caso, un
proceso cultural con una dinámica asimismo accidentada.
Lo
andino es un cosmos que se asoma y se expresa en cada mujer y cada
hombre raizales de la Cordillera de los Andes y sus estribaciones; de los
valles, las montañas, los cerros, el campo abierto y las costas en ambos
océanos. Lo que conlleva pensamiento y sentimiento, alma y nervio que integran
realidad y devenir en ciudades y pueblos de Argentina, Bolivia, Chile,
Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. Pero más específicamente Bolivia,
Colombia, Ecuador y Perú.
En New
York City, lo andino es ya una presencia definida, aunque dispersa en los múltiples
barrios donde se asienta el éxodo o migración (económica) de América Baja
(América del Sur) a esta altura continental donde, en los últimos tiempos el
famoso sueño deviene pesadilla a toda piel.
No tan
sólo vemos lo andino en las celebraciones que llevan a cabo las comunidades de,
mayormente, los cuatro países andinos arriba señalados. Lo andino está en el
rostro del hombre y la mujer que van y vienen por calles, plazas, y parques,
que se definen y se distinguen por el trasunto étnico, el que, además del
rostro, lo integran el atuendo, el ademán, ese bisbiseo atragantado del
marchante y la marchanta explicándose la vida, y la mejor versión de la sencillez humana a la par de cierta altivez
que resulta del orgullo de ser heredero del ancestro glorioso, al que en forma
irresponsable propios —incluso—, y extraños,
le atribuyen o le cosen las distintas porquerías de cuanto se califica
como “magia”. Pero que es algo tan
superior y resultado de la experiencia o realidad: el herencial de sabiduría
y conocimientos recibidos de sus mayores y manejado mediante la memoria
selectiva, a través de un proceso ordenado por la inteligencia emocional.
Algunos
días atrás tuve la oportunidad de escuchar a Manuel Quispe, un indígena peruano
que anda por el mundo —y estuvo en la ONU— hablándole a gobiernos, políticos,
científicos, y en general a los poderosos del mundo sobre el peligro que
representa para nuestro planeta y consiguientemente para la supervivencia
humana, la indiferencia, las mentiras y el autoengaño de unos y otros, ante el
daño que la actividad industrial, y comercial, extremas, ocasionan al medio
ambiente. Exponía don Manuel su apreciación sobre el fenómeno con gran rigor
científico, pero al mismo tiempo con palabras sencillas, poéticas a veces, y
con ese dejo de humildad y ternura que regocija el espíritu.
Pero
ese espíritu de don Manuel Quispe, que expresa el cosmos andino, apegado a la
tierra, dependiente de ella, por ende, cuidándola y respetándola siempre, tiene
poco o ningún espacio en lo que ha resultado de la transculturización del
emigrante proveniente de los Andes, ya aclimatado al proceso productivo en
Estados Unidos, y sea cual sea el país o región (andinos) de procedencia.
La
simbiosis cultural que ocupa mente,
pensamiento, actitud, intención y acción
del inmigrante andino, si bien expande su perspectiva de la realidad y
sus horizontes, resquebraja sus valores ancestrales. Y con la nueva tabla de
valores llega el individualismo a ultranza a la vez que desaloja la costumbre
ancestral del colectivismo.
De ese
despojo no hay forma de recuperarse, por ser una constante que se activa a cada
momento, con cada acción que emprende el individuo en procura de su
supervivencia Porque es un hecho que el american way y la globalización nos obligan a dar un viraje
diferente, respecto de lo que hemos sido, y a entender que nuestros símbolos ya
no nos pertenecen, aunque quienes nos los quitan, los sigan señalando como
nuestros.
Ante esa realidad tan feroz y vertical, la
originalidad y la autenticidad se diluyen, y son inevitablemente absorbidas por
el brillo que emana de toda mercancía antes de ser utilizada.
Surge entonces la pregunta de si el universo andino es ya un logo
en la Capital del Mundo; pues al
exponerse en fiestas, desfiles, galas y otros convivios, resulta imperativo el
apadrinamiento del sponsor, que
planta su logo comercial-universal junto al culito adornado de la bailarina, o
en las babas serviles del que agradece el patrocinio de…
Hace poco cocacola compró a Inkacola.
Inkacola es un refresco, una soda, cuyo nombre lo conecta con Perú. Inka es
aquí Inca. Inca es el alma peruana. Y uno se
pregunta si otras almas se seguirán vendiendo. Total, en América Alta Business is Business. Todo se compra;
todo se vende. Y cualquier oferta pagable con el cheque corporativo resulta
apetecible y es irrechazable… Obviamente lo que se compra y lo que se vende
adquiere valor de uso. Y también de desechabilidad. Y el símbolo andino no está
exento de esta compra y de esta venta.
Queda entonces buscar la respuesta de, si las
esencias, tradiciones y costumbres; los folclores de lo andino en New York tienen
ya un precio o pueden ser evaluados según lo cuantitativo presencial en el
desfile o la gala. Y si hay más, o menos, fondos federales y locales para lo
andino según la cantidad de personas que puedan ver lo anunciado, que serían
las mismas que, de forma directa o subliminal, asimilen la presencia de la
marca o el logo de la corporación que “dio” el grant.